lunes, 12 de mayo de 2014

Carmen Argibay: La primera mujer en una Corte democrática

Fue una jurista de primer nivel y militante apasionada de las cuestiones de género. Sufrió prisión en la última dictadura cívico-militar. Ejerció importantes cargos en la Justicia Nacional e Internacional. Llegó a ser la primera jueza de la Corte Suprema de la Nación nombrada por un Gobierno Constitucional y dejó un importante legajo en perspectiva de género. Falleció a los 74 años.  


Nació el 15 de julio de 1939 en el barrio de Belgrano de la Ciudad de Buenos Aires, era la tercera hija entre siete hermanos, su padre, Manuel Agustín Argibay Molina, un médico que fue Ministro de Salud en 1955 durante el gobierno de facto de Pedro Aramburu y su madre, Ana Rosa Carlé Huergo, profesora de inglés y pianista. 

Estudió en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires y se recibió de abogada en 1964. Un año más tarde, por medio de su tío el Juez Francisco Molina, logró ingresar al Poder Judicial de la Nación como empleada interina en el Juzgado Nacional en lo Correccional Letra «N» de Capital Federal.

Tras un breve paso por la profesión, Argibay volvió a Tribunales. Recaló como secretaria interina en el Juzgado Nacional de 1a. Instancia en lo Criminal de Instrucción N° 2 de Capital Federal y, en 1973, llegó a ser la primera mujer secretaria de superintendencia de la Cámara de Apelaciones en lo Criminal y Correccional.

Durante la última dictadura cívico-militar sufrió nueve meses de prisión, sin imputación ni juicio previo, en la cárcel de Devoto. La detuvieron en la misma madrugada del 24 de marzo de 1976 por disposición del Poder Ejecutivo Nacional. "Me vinieron a buscar la madrugada del golpe, a las tres de la mañana, y me tiraron la puerta abajo a tiros. En nombre de querer defender la Constitución, ellos la pisotearon", recordó en una entrevista que dio muchos años más tarde. 

Con la vuelta de la democracia pudo regresar al Poder Judicial. En junio de 1984 fue designada como titular del Juzgado Nacional de 1a. Instancia en lo Criminal de Sentencia Letra « Q » de Capital Federal hasta que fue ascendida a jueza de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional de la Capital Federal en diciembre de 1988.

“Carmencita”, como la conocían, se acogió a la jubilación en 2002. En ese tiempo ya había ejercido los cargos internacionales de jueza del Tribunal Internacional de Mujeres sobre Crímenes de Guerra para el Enjuiciamiento de la Esclavitud Sexual que condenó en diciembre de 2000 al ejército japonés por los crímenes cometidos durante la Segunda Guerra Mundial, donde se sometieron mujeres de distintos países a la esclavitud sexual y, en 2001, la Asamblea General de la Naciones Unidas la nombró como jueza ad litem para el Tribunal Criminal Internacional que juzga crímenes de guerra en la ex-Yugoslavia.

Estaba en La Haya cuando el entonces presidente Néstor Kirchner, en 2003, la propuso para integrar la Corte Suprema de la Nación. 

La nominación de Argibay tuvo una férrea resistencia del ala más conservadora de la Iglesia Católica, luego de que declarara que se hallaba políticamente más cerca de la izquierda que de la derecha, que era una atea militante, y que apoyaba el derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo. 

Al rechazo Argibay respondió: “decir de frente lo que uno es o piensa revela honestidad, que es el primer paso para la ecuanimidad. Mis creencias (o su falta) no deben interferir en las decisiones judiciales que tome”.

Siete meses más tarde el Senado, por 42 contra 17, le dio el acuerdo y prestó su juramento en 2005, de esta forma se convirtió en la primera mujer que llegó al alto tribunal en democracia.

En su paso por la Corte Suprema se mostró como jueza personal e independiente. Votó por la inconstitucionalidad de las Leyes de Obediencia Debida y Punto Final pero contra la anulación del indulto del represor Santiago Omar Riveros, ex comandante de Institutos Militares, al sostener que ya había sido juzgado por la misma Corte Suprema años atrás. 

Consideró al derecho a la vivienda digna, en el fallo “Q.C.S”, en cuanto a que debía darse especial tutela a una madre carenciada que vivía en la calle con su hijo discapacitado, obligando al Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires a suministrarle un lugar adecuado donde vivir. 

En la causa del Grupo Clarín contra la Ley de Medios, Argibay votó en un postura diferenciada a la mayoría con el fundamento que el cese compulsivo de licencias restringía el “ejercicio de la libertad de expresión”, como refería el multimedios. 

Sorprendió a propios y ajenos con su confirmación a la condena contra Romina Tejerina por la muerte de su bebé. También en el recordado fallo “F.A.L”, sobre aborto no punible, que ratificó que la interrupción voluntaria del embarazo no puede recibir sanción penal cuando es producto de una violación. Argibay coincidió en lo central del fallo pero fue menos categórica que la mayoría, lo que llamó la atención a la luz de sus posturas públicas. 

Argibay mostró su propia impronta en el Máximo Tribunal, firmando en muchísimos casos su propio voto en las causas del Tribunal, por su oposición a la “doctrina de la arbitrariedad” de las sentencias y, también, por el frecuente uso que hacía de la herramienta procesal del artículo 280 del CPCCN que permite el rechazo de causas cuándo la cuestión no reviste, a juicio de los jueces, un interés trascendente como para pronunciarse. 

La militancia de Argibay por la perspectiva de género y su lucha contra la cultura machista del Poder Judicial deja un trascendente legajo en la Justicia: la creación de la Oficina de la Mujer. Un órgano que busca, desde adentro y con la participación de las mujeres, cambiar la cultura patriarcal dominante en el seno del Poder Judicial. 

Carmen Argibay falleció a los 74 años de un paro cardíaco, el domingo 11 de mayo de 2014, mientras se hallaba internada en el Instituto Argentino de Diagnóstico y Tratamiento en la Ciudad de Buenos Aires. El Poder Judicial pierde una valiosa jueza cuyas credenciales académicas estaban a la vista y eran reconocidas por un amplio arco social en nuestro país pero deja un importante legajo en el respeto y defensa de las mujeres en un poder que tradicionalmente ha sido gobernado por hombres. 

José Ignacio López

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